martes, 21 de agosto de 2007

martes, 14 de agosto de 2007

Secreta obsesión

Andrés se sobresaltó cuando escuchó sonar el teléfono, temiendo que su mujer despertara y descubriera este extraño juego nocturno en que se había involucrado, desde hacía poco más de un mes.
Levantó el auricular y efectivamente, era ella una vez más, esa lánguida y anónima jovencita que lo llamaba todos los martes, pasada la medianoche.
Su voz sensual iba adquiría distintos matices, según transcurría la conversación. A veces era dulce y cariñosa, más tarde parecía ansiosa, a ratos era apasionada, mientras le seducía contando sus íntimas fantasías amorosas que le provocaban una sofocada excitación, perturbado sólo por los ronquidos de su señora que dormía intranquila a su lado.
- ¿Todavía me deseas, mi querido Andrés?
Su nombre pronunciado por esta voz incitante, le producía un escalofrío intenso, un torrente de lava y fuego ardía en sus venas, su pulso se aceleraba hasta el paroxismo y desfalleciente respondía:
- Sí, querida, estoy poseído por una fiebre saturnal...
- Desearía tenerte aquí conmigo, para calmar tu estado febril...
- Volaría feliz hasta tu nido, si supiera quien eres...
- ¿Cómo, todavía no lo sabes? Me ves casi a diario sin reconocerme, me hablas sin advertir que soy la misma que te llama y te quiere, me destroza tu indiferencia. Si de verdad me amas, ya debías saber quien soy...
Al otro lado del auricular se produjo un breve silencio, luego escuchó unos ahogados sollozos y se cortó la comunicación.
Andrés quedó sumido en un mar de dudas, con un sinfín de preguntas que se agolpaban en su mente, buscando una respuesta
¿Quién era esta muchacha tan locamente enamorada?¿Sería efectivo que hablaba con ella durante el día y no la reconocía?
Cuando recibió la primera llamada nocturna, pensó que se trataba de una equivocación, pero cuando esa lánguida voz dijo su nombre completo y al rato, le hizo una completa declaración de amor, decidió prolongar el juego, creyendo que se trataba de una jovencita aburrida e insomne.
En las noches siguientes no se repitió esta situación, así que se olvidó por completo de ello.La semana siguiente volvió a llamar y fue en esa ocasión, cuando enganchó con ella. Se sintió muy halagado de ser su amor secreto a pesar de su edad, le divertía su ardiente imaginación y se sorprendía de lo mucho que sabía acerca de él.
A partir de ese momento, Andrés esperó con angustia sus llamadas nocturnas, sin saber cuando recibiría la próxima, quedándose en vela varias noches sucesivas. Tiempo después, ella le confesó que había reservado los martes para él.
¿Qué cosa tan especial podía encontrarle cuando ya se empinaba por sobre los 45 años? Físicamente tenía una silueta levemente parabólica, una calva incipiente y una mirada todavía arrogante, proveniente de sus ojos claros que antaño fueron motivo de orgullo.
Pasó un largo rato meditando, una vorágine de imágenes desfiló por su cabeza, intentando recordar a alguien con una voz parecida a aquélla sin éxito, y sólo pudo conciliar el sueño cuando decidió encontrar a su joven enamorada, antes de la próxima cita.
La obsesión se apoderó de Andrés en los días siguientes, escudriñando el rostro de cada muchacha joven que se cruzaba en su camino. Bastaba una leve mirada furtiva de alguna jovencita, para abordarla de inmediato con cualquier excusa.
En la oficina hizo una lista con las muchachas que allí laboraban y las entrevistó con el pretexto de llenar una vacante imaginaria que se produciría en su departamento.
En el restaurant donde almorzaba regularmente, cambiaba de mesa cada vez, para ser atendido por alguna camarera joven.
Andrés vivía sólo para este tema, postergaba cualquier actividad que lo distrajera de su manía y durante aquella semana recorrió todos los lugares donde había estado alguna vez, repitiendo su ritual inquisidor.
La paranoia aumentaba en la medida que se acercaba el día señalado.
Durante el fin de semana, organizó un asado para celebrar a su hija mayor, pidiéndole que invitara a todas sus compañeras y amigas del colegio, ocasión donde compartió algunos minutos con cada una de ellas.
Pero, todos sus esfuerzos fueron en vano, ya que ninguna de las jóvenes con que había hablado durante este período, tenía un timbre de voz parecido al que buscaba.
El martes por la mañana cuando estaba en su oficina, exhausto y desencantado, por el ningún resultado de su frenética búsqueda, recibió un llamado telefónico de su madre para invitarlo a comer esa noche. Andrés declinó la invitación por temor a que su visita se prolongara más allá de la medianoche, prometiendo que pasaría a visitarla esa tarde.
Al llegar al departamento materno tocó el timbre durante largo rato, sin que nadie le abriera y cuando estaba por irse, apareció una joven que le dijo:
- Perdón por la tardanza, señor, la señora salió un momento y me dijo que la esperara...
Andrés la miró fijamente, ella bajó tímidamente la vista y cuando quiso responderle, notó que no sabía su nombre, a pesar de haberla visto varias veces allí.
- Está bien, pasaré un rato, pero dígame, ¿cómo se llama usted...?
- Me llamo Rosario, don Andrés...
Cuando la escuchó pronunciar su nombre, sintió un escalofrío que le conmovió de pies a cabeza, ¿sería esta humilde y vergonzosa jovencita, quien lo tenía al borde de la locura?
- Rosario, me podría servir un whisky, por favor...
- Sí, señor, se lo traigo enseguida.
Al verla salir del living, pudo apreciar sus bellas formas, tenía buena facha, un pelo largo y oscuro, una tez blanca, labios gruesos y se contoneaba de una forma especial al caminar, aunque su largo delantal lo disimulaba en buena medida.
Andrés no sabía cómo preguntarle si era ella quien lo llamaba por las noches, y si fuese cierto, ¿ella se lo confesaría abiertamente?
Estaba sumido en sus cavilaciones, hojeando una revista, cuando sintió que Rosario había vuelto, dejando sobre la mesa de centro, una bandeja con la botella de whisky, una cubeta con hielo, un jarro con soda y 2 vasos vacíos.La observó de reojo mientras servía y pudo apreciar la belleza de su rostro, pero al enderezarse ella lo miraba fijamente, esbozando una leve sonrisa en sus labios, mientras llenaba lentamente los 2 vasos con licor.
Andrés estaba perplejo, no entendía el brusco cambio que había ocurrido en esta tímida muchacha que ahora le ofrecía insinuante su vaso de whisky. No alcanzó a terminar su reflexión, porque en ese instante llegó su madre que alborozada de verlo, se acercó diciendo:
- Andrés, qué agradable que hayas venido esta tarde y te agradezco que me hayas esperado con mi vaso de whisky servido.
Su madre no cesaba de hablar durante largo rato, contándole las últimas tragedias familiares, de su ineficaz tratamiento para la artritis, del alza desmedida de los gastos comunes, mientras él soportaba distraído esta explosión de verborrea, pensando una y otra vez en lo ocurrido, sin convencerse del todo de su hallazgo.
Antes de irse, se despidió de Rosario y sintió nuevamente que aquella voz le electrizaba. Esta noche confirmaría si estaba en lo cierto.
De regreso en su casa, comió con su familia, hizo una larga sobremesa y después se entretuvo revisando unos documentos. Su señora dormía cuando llegó a acostarse y se quedó viendo un documental esperando la llamada que no llegaba.
Poco rato después, el teléfono sonó largamente sin respuesta. Andrés despertó sobresaltado y escuchó a su mujer que ya había contestado:
- Está bien, mijita, saluda a la señora Eugenia de nuestra parte...
Andrés nervioso le preguntó quién llamaba y ella soñolienta respondió:
- Era la asistente de tu madre, que se equivocó de número... ¡Qué locura llamar a alguien a estas horas...!